Tiempo de Confidencias
Catálogo Galería Rubbers 2012
por Nelly Perazzo
Tiempo de confidencias
Cuando veo la pintura de Liliana Golubinsky, recuerdo un texto de Elías Canetti:
“En la aparición de la masa acontece un fenómeno tan enigmático como universal: irrumpe súbitamente allí donde antes no existía nada […]. Nada se había anunciado, nada se esperaba. Más de repente, todo está repleto de gente.”
Liliana detiene su mirada en el hombre de la multitud y también sus cuadros están llenos de gente.
Multitud que parece complacida y no pierde nunca su carácter anónimo, aún cuando ejecuten acciones diferentes: conducir una motocicleta, cocinar, montar un caballo, bailar, o flotar en una nube, siempre entre muchos.
L. G. con sus elecciones plásticas traduce de la mejor manera este mundo asfixiante. Hace un uso especial del espacio, ocupa totalmente el plano, los soportes de lino tienen colores muy particulares, usa en ocasiones del revés, la tela negra para añadir textura e irregularidad.
Su técnica de dibujos pictóricos propiamente dichos, con marcadores transparentes o no, con pastel, carbonilla o acrílico, muestra a esta artista en plena madurez en sus medios de expresión.
Ha llegado un punto en el que se adecuan con precisión el dibujo y el significado.
Cada uno es cualquier persona o personalidad cualquiera. Son lo que Golubinsky quiere decir del personaje.
Y así, la diferencia de tamaño no indica jerarquía porque es un mundo sin jerarquías y sin orden. Es un apeñuscamiento de mezquindades y pequeñeces.
El sarcasmo que se percibe pertenece totalmente a la mirada del artista ante ese mundo funambulesco de personajes en posiciones acrobáticas, en equilibrios imposibles, con máscaras de hipocresía, con tristes sombreros payasescos, que suben o bajan pero a quienes su grávida materialidad no les permite elevarse sobre sus limitaciones.
Golubinsky muestra la cotidianeidad de la gran urbe en su abrumadora presencia, en su opacidad, en aspectos de su acomodaticia banalidad.
Es un mundo sin héroes; se suben a un caballo y aún más, a una base monumentaria pero son remedo cruel y grotesco de una época en la cual la sociedad exaltaba, con convencimiento, ciertos méritos de excepcionalidad. Los nombres de los próceres son ahora de una calle o de una competencia hípica. La capa de Superman que alguno luce, no alcanza a acordarle un protagonismo significativo.
Parece haber desaparecido la tensión vertical y primar un afán de disolución y aplanamiento.
Como decía Canetti, en el tumulto, se derriban todas las distancias, ninguno es mejor que el otro.
Ciertos espacios delimitados ¿aluden a lo propio, como justificación del egoísmo, al grupo, como cierre y no como proyección de la acción?
Valgan los ejemplos de Mi agüita y Mi mundo y el mío.
Es la disociación del hombre con sus similares de la que nos hablaba Musil en El hombre sin atributos. Es el hombre común que ha mostrado con tanto acierto Antonio Seguí. Como él, que ha dicho nunca tuve una pretensión narrativa, Liliana no hace crítica, más bien señalamientos.
Muy certero, por otra parte, es cuando recurre a la fragmentación de la imagen en pequeños cuadros que se adjuntan en posiciones diversas y contradictorias. En el políptico ¿Me escuchas? alude, una vez más, a la incomunicación de estos pequeños personajes que aparecen arriba, abajo, siempre deslumbrados por los medios de transporte mecánicos -autos, helicópteros, aviones, curiosos monociclos- desplazándose con incontenible agitación sin destino.
Seducidos también por los medios de masa, sucumben, abigarrados, ante su divismo, sus modas y programas.
Por eso Liliana reitera la idea de lo circense, de lo escenográfico, de la frontalidad de los rostros en este mundo lleno de hombres acompañados por animales farsescamente amenazantes, por árboles de un esquema escolar, por edificios, cuyos tamaños parecen negados por los ocupantes desproporcionados de sus terrazas.
Golubinsky reconoce la vitalidad ramplona, pero vector de energía al fin, que anima sin descanso a estos seres. Con colores fluor subraya su superficialidad, con el blanco y negro su soledad.
¿En el incisivo sarcasmo de Liliana Golubinsky hay también desesperanza?
Puede ser que el hecho de hacer señalamientos e invitarnos a reflexionar, indique lo contrario.
Miembro de Número de la
Academia Nacional de Bellas Artes